
Fernando Arredondo Ramírez | Dark Ferrooz

Del grafiti a la tinta: la rebelión de un artista
Desde que tengo memoria, el arte ha sido mi lenguaje, mi refugio, mi forma de existir. Nací y crecí en México, un país donde las oportunidades son un privilegio, no un derecho. Donde, para salir adelante, necesitas dinero o conexiones… o, de lo contrario, solo queda tomar el camino más oscuro. Pero yo encontré otro destino. Uno que, al principio, parecía solo una locura, un simple pasatiempo, pero que con el tiempo se convirtió en mi razón de ser.
Desde niño, soñé con ser un artista. Todo lo convertía en un lienzo. Mis cuadernos no tenían apuntes, sino bocetos; cada página era una obra en proceso. Las calles eran mi galería, y el graffiti, mi grito de libertad. No me importaban las reglas, yo solo quería crear, dejar mi huella en el mundo. Me metí en problemas más veces de las que puedo contar, pero nada me detenía. Sabía que mi arte necesitaba espacio, necesitaba un propósito… solo que aún no lo había encontrado.
Aunque nunca tuve la fortuna de estudiar en una escuela de arte, exploré múltiples disciplinas creativas, desde la poesía hasta la música. Por razones de ego, durante un tiempo menosprecié el dibujo, sin imaginar que sería precisamente esta rama del arte la que definiría mi destino. No tuve maestros ni acceso a talleres o academias. Todo lo que sé, lo aprendí solo: explorando, practicando, equivocándome y mejorando. Pero hubo un hombre que, sin saberlo, me enseñó la base de todo lo que soy hoy: mi padre.
Él es carpintero, un hombre de manos firmes y trabajadoras, capaz de transformar la madera en algo extraordinario. También sabe dibujar y, aunque nunca se dedicó al arte, fue mi primer maestro. Recuerdo que cuando era niño, me ayudó con una tarea y dibujó la silueta de un hombre. Fue en ese momento cuando algo dentro de mí despertó. Quedé fascinado por la facilidad con la que transformó un simple lápiz y un papel en algo tan real. Desde ese día, no he parado de dibujar.
Pasaron los años y la vida me llevó lejos de mi hogar. En 2017, con la ayuda de un tío, conseguí un permiso de trabajo y fue así que llegué a Estados Unidos, dejando atrás todo lo que conocía en busca de un futuro. Trabajé en el campo, en la construcción, subí a lo más alto de los rascacielos y toqué el cielo con mis propias manos, pero en mi interior sabía que no pertenecía allí. Yo no estaba hecho para construir edificios… estaba hecho para crear arte.
Hace más de una década, tomé por primera vez una máquina de tatuar rústica y hecha a mano. No tenía idea de lo que hacía, solo tenía la misma pasión con la que rayaba paredes y cuadernos. Pero cuando vi cómo la tinta quedaba en la piel, comprendí que tenía mi destino en mis manos. No lo supe en ese instante, pero años después, aquel momento marcaría mi verdadero camino.
Hoy, con 26 años de edad y más experiencia artística de la que puedo recordar, ejerzo como profesional en el mundo del tatuaje. He transformado lo que muchos llamaron “un pasatiempo sin futuro” en una carrera, una pasión y un imperio. Soy dueño de mi propio estudio, Royal Empire, un espacio donde el arte no solo se tatúa, sino que cobra vida.
Aquí, no solo se trata de tatuar. Se trata de crear piezas únicas, de contar historias en la piel, de capturar emociones y transformar cuerpos en lienzos vivos. Mi trabajo es el resultado de años de esfuerzo, de estudio, de innovación y de amor absoluto por el arte.
Como buen autodidacta, nunca he dejado de aprender, nunca he dejado de mejorar. No me conformo con lo que sé; siempre busco innovar, evolucionar, superar cada pieza que hago. Vivo por el arte y para el arte, porque el arte fue lo que me salvó, lo que me hizo quien soy.
Agradecido con la vida, con Dios y con cada cliente que deposita su confianza en mí, Dark Ferrooz no solo ofrece un tatuaje: ofrece una experiencia exclusiva, un arte que trasciende el tiempo.
Porque para mí, tatuar no es solo marcar la piel, es plasmar historias que perdurarán para siempre.

Soy Dark Ferrooz y te doy la bienvenida a Royal Empire.
